Los valores son adquiridos por el ejemplo y la comprensión. en ambos casos nuestro rol como adultos tiene enorme relevancia.



domingo, 3 de octubre de 2010

Responsabilidad: La caja de Pandora, “mito griego”


Cuentan las leyendas griegas que hace muchos, pero muchisimos años, existía el cielo, existía la Tierra, mas no había ser viviente alguno que habitara su suelo o surcara su espacio. Eran los tiempos en que sólo los inmortales reinaban en el mundo y Zeus, el dios supremos, residía en el Monte Olimpo junto al resto de las divinidades.
Se hallaba la Tierra tan desierta, que un día dos titanes, Prometeo y su hermano Epimeteo, recibieron el encargo de poblarla. Crearon así todas las especies del mundo animal y al hombre, único ser al que le fue otorgado el don de pensar y razonar.
Era ese mundo en lugar de felicidad, donde a nadie le faltaba lo necesario para sobrevivir y no existían para el hombre males ni enfermedades que le lastimaran el cuerpo o le doblegaran el espíritu.
Todo marchaba tan bien, que Zeus empezó a sentirse celoso. Si Prometeo había creado una criatura tan perfecta, é sría muy capaz de crear otra uan más perfecta. De modo que ordenó al dios Hefesto que forjara un ser de tierra y agua, modelándolo con las formas más armónicas y hermosas que sus manos pudieran lograr. Así lo hizo Hefesto y así fue creada la primera mujer, llamada Pandora, dotada de una gran belleza, inteligencia y bondad.
R´pidamente, fue enviada junto a Prometeo, quien desconfió de las verdaderas intenciones de Zeus y no hizo caso de ella. Mas su hermano Epimeteo cayó tan rendido de amor ane su hermosura y delicadeza, que pronto quiso casarse con Pandora. Las bodas se celbraron con gran pompa y entre todos los obsequios que recibieron de los dioses hubo uno, en especial, que Zeus le encomendó a Pandora con una advertencia.
            -Toma –le dijo, dándole una caja-. Esto será tuyo pero debes saber que ni tú, ni ningún otro mortal, deberán abrirla jamás para descubrir su conenido. Si lo haces, grandes calamidades caerán sobre la Tierra.
El tiempo pasó y, pese a que Pandora era muy feliz con Epimeteo, no podía dejar de pensar en la caja que Zeus había puesto bajo su cuidado. Daba vueltas alrededor de ella, la observaba con detenimiento, se mordía la uñas de impaciencia por abrirla.
            -No lo hagas –le aconsejaba su esposo-. El propio Zeus te ordenó no abrirla; es mejor hacerle caso.
Pero Pandora, que además de bella, inteligente y buena, era muy curiosa, un día no aguantó más y apoyó una oreja sobre la tapa para escuchar. Algo se movía en el interior. ¿Se trataría acaso de alguna criatura dotada de poderes especiales? La levantó en las manos y la sacudió. No, no parecía ningún ser vivo. ¿Sería entonces algún objeto mágico? Ni las serias advertencias de Zeus ni los ruegos de Epimeteo lograron apartarla de su objetivo. Cuando finalmente abrió la caja, una sucesión de ráfagas heladas atraveso la habitación y salió por la ventana. Y, de inmediato,  en aquel mundo que nada sabía hasta ese momento de pesares y dolores, un hombre lloró acongojado por una súbita tristeza. Y otro se quejó atacado por una repentina enfermedad. Y un tercero comenzó a temblar porque sentía miedo. Y el bondadoso se tornó cruel; el generoso, avaro; y el pacífico, violento. Porque al abrir la caja que tanto le habían encomendado no abris, Pandora había liberado todos los males que el hombre no conocía, i en cuerpo ni en espíritu.
Apenada por el terrible error que había cometido, la mujer corrió a cerrar la caja. Aún quedaba algo en su interior, que pugnaba por salir. Y aquella cosa, fuera lo que fuese, parecía tener más fuerza que todas las otras que habían surgido antes.
            -Da igual ahora que la dejes abierta o cerrada-le dijo Epimeteo-. No podrás hacer más daño del que ya has provocado.
Pandora entonces quitó la tapa, esperando algún espanto aun peor que los que ya habían salido de allí.
Pero, para su sorpresa, se sintió de inmediato envuelta en una brisa cálidad que la reconfortó. La brisa se esparció por el mundo y pronto el hombre triste dejó de llorar, y el temeroso dejó de temblar, el enfermo dejó de quejarse.
Nunca, a partir de ese momento, abandonarían a la humanidad todos los males que Pandora liberó. Pero tampoco, nunca abandonaría a la mandad ese último don, el único bien que contenía la caja: la esperanza.
Desde  ese entonces, el hombre enfermo sueña con sanarse; el triste, con recuperar su alegría; y los bondadosos, con que algún día la maldad, el egoísmo y la violencia desaparezcan de la faz de la Tierra.

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