Los valores son adquiridos por el ejemplo y la comprensión. en ambos casos nuestro rol como adultos tiene enorme relevancia.



domingo, 3 de octubre de 2010

El rey de los monos, “cuento popular de la India” (respeto)

Cuentan que en una ocasión Buda, el hombre más sabio de la India, se hallaba por el norte del país impartiendo enseñanzas entre sus discípulos. En esa región vivía el rey de los monos, un monarca déspota, soberbio y vanidoso que había erigido su trono al final de una larguísima y empinadísima escalera, para que todo aquel que quisiera llegar a él lo hiciera de rodillas y arrastrándose. Tal era el temor que despertaba en sus súbditos, que cuando le dirigía aunque fuera una palabra a alguno de ellos, lo dejaba con temblores por varios días.

Cuando al rey le llegaron las noticias sobre la visita de Buda por esos lugares, chasqueó la lengua con desprecio y anunció en su corte:
            -En cuanto Buda sepa que mi morada está cerca, enviará a algún emisario para que venga a buscarme y me lleve rápidamente ante su presencia, tan ansioso estará por conocerme.
Luego se levantó del trono y agregó, con profunda satisfacción:
            -Más aún. Puedo asegurarles que no aguantará la impaciencia y vendrá él mismo hasta aquí para que yo no tenga que gastar mis energías en trasladarme hasta donde se encuentra.
Y así se retiró a sus aposentos a descansar aunque, de tan inflado por su propia vanidad, casi no le cabía el cuerpo en el lecho. Pasó un día, pasaron dos. Pasaron varias semanas, pero nadie apareció.
            -¿Pero cómo se atreve a faltarme el respeto de este modo? –protestaba con mucha rabia-. ¡Soy el rey de los monos, caramba!¡Gobierno sobre miles, qué digo miles, millones de monos que no se atreven ni a respirar si yo no les doy permiso!¡Ahora me va a escuchar!
Enfurecido, ordenó a su séquito que ensillara los mejores elefantes y se puso en camino. Cuando llegó al pueblo donde se encontraba Buda, se dirigió de inmediato ante su presencia y le espetó con dureza:
            -¡Soy el rey de los monos y tengo mucho, mucho poder!¿Por qué no has mostrado ningún interés en conocerme?
Buda, en lugar de responder, sonrió.
-¿Por qué sonríes? –siguió el mono, cada vez más enojado-. ¿Acaso no has escuchado nada de mis proezas, mi valentía, mi fortaleza, mis numerables habilidades?
¡Puedo probártelo ya mismo, pues gracias a ello soy el rey de los monos!¡Pide lo que quieras y lo haré!¡Soy capaz de ir hasta el fin del mundo, para demostrártelo!
Como el sabio seguía sin decir palabra, el rey anunció:
            -¡No se hable más, pues!¡Partiré de inmediato y luego volveré!¡Ya verás entonces!¡Ya verás!
Y con esas palabras, el rey de los monos se puso en marcha. Muchos días pasaron y mucho camino recorrió el rey. Atravesó montañas que parecían intransitables y cruzó a nado océanos embravecidos. Caminó por médanos inmensos y casi murió de sed en los áridos desiertos.
Padeció los fríos más intensos y los calores más agobiantes.
Y, finalmente, un buen día llegó a un lugar donde cinco enormes columnas le cortaban el camino.
            -Este ha de ser, sin duda alguna, el fin del mundo-se dijo, muy orgulloso, y emprendió el regreso.
Atravesó nuevamente las montañas, los desiertos y océanos, y volvió al lugar de donde había partido para anunciarle a Buda, con mucha arrogancia:
            -Ya lo has visto. He sido capaz de ir hasta el fin del mundo y aquí me tienes. ¿Entiendes por qué soy el indiscutible rey de los monos?¡Acaso no te arrepientes ahora de no haber querido conocerme?
Entonces, por primera vez desde que se encontraron, Buda habló:
            -Mira a tu alrededor, pues yo no he visto que te movieras de aquí.
El mono observó dónde se encontraba y se asombró tanto que no pudo responder. No había ido más allá de la palma de la mno de Buda, y aquello que había confundido con un mar embravecido era sólo un poco de agua de lluvia caída en ella. Y las montañas y los médanos intransitables, apenas sus rugosidades. Y los desiertos inmensos, unos pocos granos de arena. Y las cinco enormes columnas que anunciaban el fin del mundo, nada más que los cinco dedos de su mano.
            -No consigues el respeto mediante el temor ni las amenazas. La vanidad y soberbia solo pueden conducirte al abismo –agregó, mientras lo depositaba delicadamente en tierra firme.
Avergonzado, el rey mono escapó sin decir nada y volvió a su reino, donde rápidamente mandó destruir su palacio y todo lo que se encontraba en él. Cuentan que, desde entonces, ya no despierta temor ni temblores en sus súbditos. Y, sin embargo, recién entonces comenzaron a tratarlo como a un verdadero rey.

Responsabilidad: La caja de Pandora, “mito griego”


Cuentan las leyendas griegas que hace muchos, pero muchisimos años, existía el cielo, existía la Tierra, mas no había ser viviente alguno que habitara su suelo o surcara su espacio. Eran los tiempos en que sólo los inmortales reinaban en el mundo y Zeus, el dios supremos, residía en el Monte Olimpo junto al resto de las divinidades.
Se hallaba la Tierra tan desierta, que un día dos titanes, Prometeo y su hermano Epimeteo, recibieron el encargo de poblarla. Crearon así todas las especies del mundo animal y al hombre, único ser al que le fue otorgado el don de pensar y razonar.
Era ese mundo en lugar de felicidad, donde a nadie le faltaba lo necesario para sobrevivir y no existían para el hombre males ni enfermedades que le lastimaran el cuerpo o le doblegaran el espíritu.
Todo marchaba tan bien, que Zeus empezó a sentirse celoso. Si Prometeo había creado una criatura tan perfecta, é sría muy capaz de crear otra uan más perfecta. De modo que ordenó al dios Hefesto que forjara un ser de tierra y agua, modelándolo con las formas más armónicas y hermosas que sus manos pudieran lograr. Así lo hizo Hefesto y así fue creada la primera mujer, llamada Pandora, dotada de una gran belleza, inteligencia y bondad.
R´pidamente, fue enviada junto a Prometeo, quien desconfió de las verdaderas intenciones de Zeus y no hizo caso de ella. Mas su hermano Epimeteo cayó tan rendido de amor ane su hermosura y delicadeza, que pronto quiso casarse con Pandora. Las bodas se celbraron con gran pompa y entre todos los obsequios que recibieron de los dioses hubo uno, en especial, que Zeus le encomendó a Pandora con una advertencia.
            -Toma –le dijo, dándole una caja-. Esto será tuyo pero debes saber que ni tú, ni ningún otro mortal, deberán abrirla jamás para descubrir su conenido. Si lo haces, grandes calamidades caerán sobre la Tierra.
El tiempo pasó y, pese a que Pandora era muy feliz con Epimeteo, no podía dejar de pensar en la caja que Zeus había puesto bajo su cuidado. Daba vueltas alrededor de ella, la observaba con detenimiento, se mordía la uñas de impaciencia por abrirla.
            -No lo hagas –le aconsejaba su esposo-. El propio Zeus te ordenó no abrirla; es mejor hacerle caso.
Pero Pandora, que además de bella, inteligente y buena, era muy curiosa, un día no aguantó más y apoyó una oreja sobre la tapa para escuchar. Algo se movía en el interior. ¿Se trataría acaso de alguna criatura dotada de poderes especiales? La levantó en las manos y la sacudió. No, no parecía ningún ser vivo. ¿Sería entonces algún objeto mágico? Ni las serias advertencias de Zeus ni los ruegos de Epimeteo lograron apartarla de su objetivo. Cuando finalmente abrió la caja, una sucesión de ráfagas heladas atraveso la habitación y salió por la ventana. Y, de inmediato,  en aquel mundo que nada sabía hasta ese momento de pesares y dolores, un hombre lloró acongojado por una súbita tristeza. Y otro se quejó atacado por una repentina enfermedad. Y un tercero comenzó a temblar porque sentía miedo. Y el bondadoso se tornó cruel; el generoso, avaro; y el pacífico, violento. Porque al abrir la caja que tanto le habían encomendado no abris, Pandora había liberado todos los males que el hombre no conocía, i en cuerpo ni en espíritu.
Apenada por el terrible error que había cometido, la mujer corrió a cerrar la caja. Aún quedaba algo en su interior, que pugnaba por salir. Y aquella cosa, fuera lo que fuese, parecía tener más fuerza que todas las otras que habían surgido antes.
            -Da igual ahora que la dejes abierta o cerrada-le dijo Epimeteo-. No podrás hacer más daño del que ya has provocado.
Pandora entonces quitó la tapa, esperando algún espanto aun peor que los que ya habían salido de allí.
Pero, para su sorpresa, se sintió de inmediato envuelta en una brisa cálidad que la reconfortó. La brisa se esparció por el mundo y pronto el hombre triste dejó de llorar, y el temeroso dejó de temblar, el enfermo dejó de quejarse.
Nunca, a partir de ese momento, abandonarían a la humanidad todos los males que Pandora liberó. Pero tampoco, nunca abandonaría a la mandad ese último don, el único bien que contenía la caja: la esperanza.
Desde  ese entonces, el hombre enfermo sueña con sanarse; el triste, con recuperar su alegría; y los bondadosos, con que algún día la maldad, el egoísmo y la violencia desaparezcan de la faz de la Tierra.

Respetar y aceptar las diferencias



Algunas veces, las diferencias entre las personas se toleran poco y se discrimina a los que son diferentes. ¿Qué significa discriminar? No aceptar a una persona tal cual es y tratarla como si fuera inferior por tener alguna característica que la hace distinta, como la nacionalidad, la región, la forma de hablar o el aspecto físico. Esas diferencias, que son naturales y hasta incluso necesarias, a veces generan prejuicios, que son las ideas que nos hacemos de alguien antes de conocerlo y saber cómo es, cómo piensa o qué le gusta hacer.
A diario ocurren situaciones de discriminación a ciertos grupos de personas. Pueden ser ejemplos de esro la discriminación a algunos compañeros de escuela por su aspecto físico, o a los ancianos y discapacitados por las dificultades cotidianas que deben enfrentar al movilizarse por la ciudad, o a las comunidades indígenas por no respetar y valorar sus costumbres y tradiciones.

En la actualidad, distintas comunidades indígenas son víctimas de la discriminación, pese a existir leyes que los protegen, siguen luchando para recuperar sus tierras y conservar su cultura.

¡Qué bueno es ser diferente!

Si bien las personas tenemos muchas cosas en común, también son muchas las características que nos diferencian de los demás, tales como la edad, el sexo, las emociones, el aspecto físico, los gustos o las costumbres.
¿En qué se parecen y en qué se diferencian de sus compañeros? Todos tienen más o menos la misma edad y concurren a la misma escuela. Pero cada uno siente y actúa de manera distinta de los demás y tiene sus gustos y características propias: algunos son más altos que otros; viven en casa, o departamento; hay quienes practican deportes, algunos prefieren leer, otros ver televisión; algunos quieren ser periodistas, otro quiere ser actor, etcétera.

Podemos decir que cada persona es única e irrepetible y por este motivo, tiene sus propios pensamientos y una manera original de vivir su vida.

sábado, 2 de octubre de 2010

La honestidad

"PARA LEER CON LOS PAPÁS"

Para ser honestos a veces es necesario enfrentarnos a quienes no lo son. La mejor manera de hacerlo es... con honestidad


Los frutos de la honestidad se cosechan rápido y duran para siempre. "Proverbio chino"

La honestidad

Imprimí la actividad y realizala con los niños

¿Qué son los valores?

Son los principios morales, ideológicos o de otro tipo que guían el comportamiento de las personas. Algunos tienen carácter universal; otros varían según el tiempo, las culturas, las religiones...
Las sociedaqdes transmiten valores de manera informal, a través de acciones, estilos de vida o producciones culturales, pero también de modo formal, mediante las leyes, la religión, la educación y otras maneras. Del mismo modo, las familias los transmiten a los más jóvenes a través de lo que dicen, de lo que hacen y de cómo estimulan a los niños. Hay una edad en que ellos comienzan a reflexionar sobre los valores: los cuestionan y los analizan contrastándolos con la realida. Y es en ese momento cuando la comunicación con los mayores tiene especial importancia. Aunque no es posible enseñar valores con un manual de instrucciones, sí es posible enseñarlos a través del diálogo, del razonamiento que lleva a la conclusión de que con ellos es posible convivir y construir un mundo mejor.