Cuentan que en una ocasión Buda, el hombre más sabio de la India, se hallaba por el norte del país impartiendo enseñanzas entre sus discípulos. En esa región vivía el rey de los monos, un monarca déspota, soberbio y vanidoso que había erigido su trono al final de una larguísima y empinadísima escalera, para que todo aquel que quisiera llegar a él lo hiciera de rodillas y arrastrándose. Tal era el temor que despertaba en sus súbditos, que cuando le dirigía aunque fuera una palabra a alguno de ellos, lo dejaba con temblores por varios días.
Cuando al rey le llegaron las noticias sobre la visita de Buda por esos lugares, chasqueó la lengua con desprecio y anunció en su corte:
-En cuanto Buda sepa que mi morada está cerca, enviará a algún emisario para que venga a buscarme y me lleve rápidamente ante su presencia, tan ansioso estará por conocerme.
Luego se levantó del trono y agregó, con profunda satisfacción:
-Más aún. Puedo asegurarles que no aguantará la impaciencia y vendrá él mismo hasta aquí para que yo no tenga que gastar mis energías en trasladarme hasta donde se encuentra.
Y así se retiró a sus aposentos a descansar aunque, de tan inflado por su propia vanidad, casi no le cabía el cuerpo en el lecho. Pasó un día, pasaron dos. Pasaron varias semanas, pero nadie apareció.
-¿Pero cómo se atreve a faltarme el respeto de este modo? –protestaba con mucha rabia-. ¡Soy el rey de los monos, caramba!¡Gobierno sobre miles, qué digo miles, millones de monos que no se atreven ni a respirar si yo no les doy permiso!¡Ahora me va a escuchar!
Enfurecido, ordenó a su séquito que ensillara los mejores elefantes y se puso en camino. Cuando llegó al pueblo donde se encontraba Buda, se dirigió de inmediato ante su presencia y le espetó con dureza:
-¡Soy el rey de los monos y tengo mucho, mucho poder!¿Por qué no has mostrado ningún interés en conocerme?
Buda, en lugar de responder, sonrió.
-¿Por qué sonríes? –siguió el mono, cada vez más enojado-. ¿Acaso no has escuchado nada de mis proezas, mi valentía, mi fortaleza, mis numerables habilidades?
¡Puedo probártelo ya mismo, pues gracias a ello soy el rey de los monos!¡Pide lo que quieras y lo haré!¡Soy capaz de ir hasta el fin del mundo, para demostrártelo!
Como el sabio seguía sin decir palabra, el rey anunció:
-¡No se hable más, pues!¡Partiré de inmediato y luego volveré!¡Ya verás entonces!¡Ya verás!
Y con esas palabras, el rey de los monos se puso en marcha. Muchos días pasaron y mucho camino recorrió el rey. Atravesó montañas que parecían intransitables y cruzó a nado océanos embravecidos. Caminó por médanos inmensos y casi murió de sed en los áridos desiertos.
Padeció los fríos más intensos y los calores más agobiantes.
Y, finalmente, un buen día llegó a un lugar donde cinco enormes columnas le cortaban el camino.
-Este ha de ser, sin duda alguna, el fin del mundo-se dijo, muy orgulloso, y emprendió el regreso.
Atravesó nuevamente las montañas, los desiertos y océanos, y volvió al lugar de donde había partido para anunciarle a Buda, con mucha arrogancia:
-Ya lo has visto. He sido capaz de ir hasta el fin del mundo y aquí me tienes. ¿Entiendes por qué soy el indiscutible rey de los monos?¡Acaso no te arrepientes ahora de no haber querido conocerme?
Entonces, por primera vez desde que se encontraron, Buda habló:
-Mira a tu alrededor, pues yo no he visto que te movieras de aquí.
El mono observó dónde se encontraba y se asombró tanto que no pudo responder. No había ido más allá de la palma de la mno de Buda, y aquello que había confundido con un mar embravecido era sólo un poco de agua de lluvia caída en ella. Y las montañas y los médanos intransitables, apenas sus rugosidades. Y los desiertos inmensos, unos pocos granos de arena. Y las cinco enormes columnas que anunciaban el fin del mundo, nada más que los cinco dedos de su mano.
-No consigues el respeto mediante el temor ni las amenazas. La vanidad y soberbia solo pueden conducirte al abismo –agregó, mientras lo depositaba delicadamente en tierra firme.
Avergonzado, el rey mono escapó sin decir nada y volvió a su reino, donde rápidamente mandó destruir su palacio y todo lo que se encontraba en él. Cuentan que, desde entonces, ya no despierta temor ni temblores en sus súbditos. Y, sin embargo, recién entonces comenzaron a tratarlo como a un verdadero rey.